viernes, 9 de octubre de 2009

Pesados terciopélos sus éxtasis sofocan


Que el bueno de Ángel se llevó consigo a la tumba un secretillo poético, pocos lo sabemos. A continuación incluyo y glosamos un poema suyo para luego desvelar el susodicho secreto.


Fábula y moraleja


Dos soldados se amaban tiernamente.
Grababan en las balas las iniciales de sus nombres
propios
elegantemente entrelazadas
-quizá con un punto de cursilería.
Intentaban de ese modo llevar su amor al corazón de todos los hombres,
lo que estaban logrando
con licencia de armas,
perseverancia
y buena puntería.

Aprendí de esta historia
que a los hombres educados en el desprecio
hasta el amor les sirve para expresar su odio.


Efectivamente, mis glosas están hechas de silencio. Pues el poema nos gusta, y el poeta también. Si bien, no es menos cierto que ha hecho manitas con poetas bien posicionados, ha presidido honoríficamente jurados en su Oviedo natal muy poco transparentes y ha participado en más de un contubernio de poesía dedicado a oír (y oírse) psicofanías poéticas estúpidas. Seguramente, además de un gran poeta era un gran superviviente de las letras hispánicas.

Cuando sus colegas hacen memoria del gran poeta asturiano, suelen sacar a la luz pública cierta anécdota que a ellos les debe parecer simpática. Cuentan que cuando se reunían en pisos clandestinos (y tal) para hablar de poesía, leer a autores prohibidos, etc... apareció un día un tipo que hablaba tanto y tan mal del régimen franquista que todos le supusieron espía. Dicho tipo resultó ser Ángel González. Lo que nunca supo el resto de patéticos poetas del contubernio es que su intuición primera no les engañaba, ¡si hubieran confiado como verdaderos poetas en aquella temprana intuición!

Ángel González era, efectivamente, espía. Pero resultó un espía infinitamente mejor poeta que aquellos a los que espiaba.
Se dice que empezó a probar con las palabras al modo de los panaderos...


No hay comentarios:

Publicar un comentario